¿De verdad podemos desaprender? (I)

 

Hablábamos hace unos meses en otro post de cómo ha triunfado un tipo de lenguaje “cool” en el entorno de la educación, el coaching, la orientación o de los recursos humanos y cómo, más allá de los ámbitos profesionales donde se generó, se ha extendido al lenguaje común de la vida cotidiana y se ha transformado en un producto de consumo en sí mismo.

Me estoy refiriendo a términos como estilos de aprendizaje, inteligencia emocional, aprender a aprender o desaprendizaje, entre otros conceptos tan nombrados como infecundos y muy utilizados desde disciplinas como el coaching, las pedagogías innovadoras o la neuroeducación.

No es ésta una cuestión baladí por cuanto este nuevo lenguaje configura una manera de pensar(nos) y de valorar cuestiones claves del mundo educativo, de la formación o de la orientación y el empleo, y por tanto supone un posicionamiento y una manera de actuar como profesionales y como actores de estos ámbitos.

Quisiera detenerme hoy en uno de estos términos que siempre me ha llamado la atención: desaprender. Un millón doscientos veinte mil resultados me devuelve google en 0,58 segundos si tecleo “desapender” (eso sí, 4 resultados si lo tecleamos en la búsqueda general de catálogo de la biblioteca de la Universidad de Granada, o 266 en la de la Complutense de Madrid). Una palabra de éxito sin duda, con gran aceptación y uso entre psicólogos, expertos en neuro-nonsense, coaches, consultores, expertos en educación o gurús de los recursos humanos.

Pero, ¿qué hay realmente detrás del término “desaprendizaje”? No nos dejemos deslumbrar por la seducción de las palabras y analicemos hasta qué punto lo que quiera que sea desaprender aporta realmente algo nuevo a lo que ya se conocía sobre el aprendizaje y hasta dónde implica alguna nueva metodología o ventaja innovadora para las profesionales que enseñan, orientan y apoyan, o para aquellos que buscan formarse, y avanzar profesional y personalmente o encontrar y mantener un empleo.

Veamos primero algunas afirmaciones y explicaciones sobre el desaprendizaje y su importancia en el mundo actual. En absoluto se pretende hacer un análisis exahustivo del término, tan solo tomar breves recortes de entrevistas o entradas de blogs y artículos que fácilmente se pueden encontrar en páginas webs de entidades privadas y públicas, de medios de comunicación o de profesionales y expertos varios. Aquí van:

“En la era del conocimiento ya nos es suficiente con aprender a aprender. Se hace imprescindible desaprender para dar cabida a nuevos procesos mentales, a nuevas destrezas, a nuevos retos. Sólo desaprendiendo serás capaz de ver la forma que tienes de enseñar desde otra perspectiva, una perspectiva alejada de prejuicios y viejos clichés” (entrada completa).

“Desde la Neurociencia aplicada a la Educación se establecen varias fases de desaprendizaje que recoge la coach Fabiana Andrea Mendez en la web argentina Encontradores. (…) La necesidad de desaprender va más allá del ámbito laboral y de la creatividad: en un mundo que cada vez camina más rápido, todas las estructuras, incluidas las mentales, están en pleno cambio y adaptarnos requiere que también lo hagamos a nivel personal. No solo ha cambiado la forma de trabajar, también lo ha hecho la manera de relacionarse con otros y la concepción del mundo en general. Para adaptarse a los cambios, sean laborales o personales, es preciso, por tanto, que las personas aprendan a desaprender” (entrada completa).

“A mi entender, desaprender debe llevar implícitos en su definición los conceptos de crecimiento, apertura de mente, enriquecimiento, inconformismo, creatividad…” (entrada completa)

Aunque, probablemente, entre las ideas sobre el aprendizaje que más difusión han conseguido destacan estas dos:

“(…) casi nada de lo que nos enseñaron sirve para algo“ “Desaprender lo sabido es ahora mucho más importante que aprender cosas” (De Eduardo Punset, leído aquí)

“Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender” (Se trata de una frase que, aunque comúnmente es atribuida al periodista y escritor estadounidense Alvin Toffler, es una idea original del psicólogo Herbert Gerjuoy)

¿Cómo rechazar un término tan sugerente y unido a conceptos como crecimiento, apertura de mente, enriquecimiento, inconformismo, creatividad,…? Sin embargo, más allá de su validez como metáfora, ¿soporta el desaprendizaje un análisis conceptual y experimental un poco (solo un poco) más profundo y serio?

De ello hablaremos en el siguiente post.

 

«¿De verdad podemos desaprender? (I)» aparece primero en Laboratorio.

Sobre orientación y consultoría.

El pasado 27 de julio participé en la Jornadas de Empleo y Marca Personal que organizó la II Lanzadera de Empleo de Andújar. Aquí dejo algunas reflexiones al hilo de la pequeña charla que hice: “Optimismo para cobardes: Instrucciones de uso para buscadores de empleo

La orientación profesional y la consultoría son a veces ese terreno líquido e incierto en el que personas de ciencia hablan de empresa, exitosas emprendedoras de educación y desarrollo personal o managers y coachs de aprendizaje, de cambio, motivación, felicidad,…

Optimismo para cobardes1

Todo ello suele ofrecerse empaquetado en un discurso atractivo, con relatos bien contados y bien hechos (en el sentido de ser atractivos para una amplia mayoría), sin embargo muchos de ellos suelen ofrecer cómos y porqués bastante simples y reduccionistas, con explicaciones mecánicas y descontextualizadas alejadas de la compleja realidad y con un lenguaje que encaja muy bien con la manera común de entender el mundo y el comportamiento humano, que suele ser bastante dualista (mente-cuerpo), lineal y mecanicista (causa-efecto). Tal vez por ello y por esta cultura de la inmediatez, del todo a 100 y de lo fácil y rápido tienen tanto impacto muchos de estos mensajes ya no sólo en el ámbitos profesional de la empresa, la orientación o la consultoría, también en el lenguaje ordinario, en la manera de hablar -y por tanto de pensar, de relacionarnos o de actuar- de la mayoría de los que estamos.

No ha de extrañar por tanto que expresiones como resilencia, inteligencia emocional, empoderamiento, desaprendizaje, aprender a aprender, motivación, zona de confort, etc. sean de uso cotidiano más allá de los ámbitos en los que éstas se inventaron. Es el triunfo de un lenguaje, que es un producto de consumo en sí mismo y que llevará por tanto a buscar y demandar un tipo determinado de bienestar, de salud, de educación, de orientación, de formación de profesionales, de gestión de recursos humanos,…

No hablo aquí con ironía, crítica velada alguna o sugerencia oculta de conspiraciones extrañas de un tipo de profesionales o de poderosos lobbies del liberalismo o la “happiología”. La extensión de estos relatos a los distintos ámbitos públicos y privados de la sociedad ocurre principalmente de manera natural y orgánica porque funcionan en el contexto biográfico, verbal y social en el que estamos. Por tanto de manera espontánea y sin intención, muchos profesionales – muy bien reputados muchos de ellos- pudieran caer en una simple, pero a la vez atractiva, venta de humo, nada que debiera extrañarnos en una sociedad gaseosa como la que nos habita.

Nada se debería reprochar por tanto a la mayoría (empleados, padres, buscadores de empleo,…) que acaban integrando estos conceptos en sus conversaciones cotidianas y su manera de actuar, trabajar y de explicar (o tal vez justificar, que es bien distinto) su propio comportamiento y el de los demás. Sí deberíamos sin embargo exigir a docentes, formadores, consultores, profesionales de recursos humanos, coach, periodistas ,… una mejor especialización, mayor base científica y rigor conceptual a la hora de ejercer su trabajo, escribir o divulgar sobre estos temas. Deberían reconocer que más allá de su sentido metafórico, muchos de estos términos no tienen un referente independiente con una base científica rigurosa ni seria. Que el uso que se hace de muchos de estos “nuevos” términos, ofreciéndolos como factores determinantes y causales del comportamiento humano o las organizaciones, no son más que mera tautología, descripciones convertidas en explicaciones causales que nada explican. Que pueden ser conceptos vacíos, que poco o nada nuevo aportan (porque ya se sabe: “lo nuevo no siempre es bueno y lo bueno no siempre es nuevo”) o que incluso pueden llegar a tener efectos contrarios a los que se desean o se predican si no se tienen en cuenta algunas cuestiones de tipo conceptual y contextual importantes. Pero éstas son ya asunto del siguiente post.

Puedes ver la presentación que utilizamos en este enlace.

La sofisticación del disparate.

Esta mañana escuchaba en la radio hablar sobre los prometedores avances de la neurociencia para distinguir distintas enfermedades mentales atendiendo a diferencias en las estructura y funcionamiento del cerebro. En este caso se hablaba de psicópatas, de esquizofrenia y depresión, sin embargo esta misma búsqueda de la “Piedra Roseta” que nos permita explicar de manera simple y mecánica la jeroglífica complejidad del comportamiento humano se hace también para explicar las diferencias entre hombres-mujeres, blancos-negros, homosexuales-heterosexuales, optimistas-pesimistas, demócratas-republicanos,…

A pesar de lo espectacular y moderno -casi de ciencia ficción- que resulta el lenguaje y los relatos de los periodistas que preguntan y de la mayoría de profesionales (psicólogos, psiquiatras, neurocientíficos, expertos en educación,…) que son entrevistados, casi siempre me suenan a demasiado antiguo, a explicaciones en exceso simples, mecánicas e infantiles, vino viejo en odres nuevos. No son recientes los intentos de encontrar las respuestas en el análisis de los rostros o de la forma y el perímetro craneal para distinguir a las personas violentas, pruebas éstas que podían ser decisivas para declarar como culpable o inocente a los sospechosos de algún delito.

Ya en el S.XIX desde diciplinas como la craneología, la frenología, la fisiognomía o la criminología antropológica se afirmaba la posibilidad de identificar científicamente vínculos entre la naturaleza de un crimen y la personalidad o la apariencia física del criminal. También ha sido recurrente en la historia el intento de relacionar variables como racismo o coeficiente intelectual con el adn o el tamaño o la estructura del cerebro. Ni qué decir tiene que la rotundidad con la que se hacían algunas de estas afirmaciones quedaron en poco más que nada, y que en algunas ocasiones respondían más a la ideología del momento o del estudioso de turno que a su honestidad científica o intelectual.

Estudios y explicaciones en apariencia más asepticos, objetivos y con toda la apariencia científica que aporta el lenguaje de lo cerebral y sus neuromitos, siguen divulgándose día a día en redes sociales y medios de información, desde los más serios y reputados a los más frikis y fantasiosos; extendiéndose así una explicación mecanicista y cerebrocéntrica -erronea en su mayoría, incompleta en el mejor de los casos- del comportamiento humano. Explicación ésta que impregna la manera entender y de trabajar de muchos profesionales de ámbitos tan importantes como la psicología, la psiquiatría, la educación, o los recursos humanos.

Todos estos nuevos estudios se han visto posibilitados y han tomado un gran impulso por el enorme avance en la tecnología que permite estudiar el cerebro con máquinas maravillosas y sin duda útiles, con software inteligente y algoritmos muy sofisticados. Sin embargo, sin una revisión profunda de nuestra manera de entender el comportamiento humano, sin un planteamiento previo desde la filosofía y la epistemología del comportamiento (también del comportamiento de los científicos) que nos permita hacer las preguntas correctas, el avance real que toda esta tecnología permitirá será inevitablemente más lento. Creo que, en más ocasiones de las deseables, esta gran sofistificación tecnológica está aportando “disparates” más sofisticados para dar respuesta a preguntas erróneas que nos dejarán en el mismo lugar de siempre.

 

Nota: La imagen superior es del cuadro: “Extracción de la piedra de la locura“, El Bosco, 1501-1505.

Cerebro, educación y prensa amarilla

Neuroeducación, una disciplina de todo a cien.
Pareciera que a veces los medios de comunicación serios no fuesen más que prensa amarilla cuando informan sobre noticias científicas, especialmente aquellas que tienen que ver con temas relacionados con la educación y la psicología. Me refiero a ejemplos como este, este, este o este.

En la mayoría de esos casos, a partir de estudios concretos de la fisiología y la estructura cerebral se habla con una seguridad pasmosa -poco propia de la prudencia que caracteriza a la ciencia- de infalibles conclusiones y consejos prácticos para padres, alumnado y docentes . A pesar de los problemas metodológicos y de diseño experimental , a pesar de los problemas de replicabilidad y de validez externa e interna que están demostrando tener muchos de estas investigaciones (por ejemplo aquí, aquí y aquí), y a pesar de los problemas epistemológicos de base que presentan (aquí o aquí), estos estudios tienen una gran difusión por parte de medios de comunicación globales de mucha influencia en nuestra sociedad. Al mismo tiempo estas noticias fortalecen neuromitos que suelen tener una gran aceptación y acogida entre la población general y entre padres, madres, psicólogos, educadores o maestros y otros profesionales que se dejan deslumbrar por la moda cool del cerebrocentrismo y que militan con entusiasmo en esa nueva ola, mas efectista que efectiva, empeñada en aplicar en las escuelas la neuroeducación, el coaching, el mindfullness, etc. tal y como lo cuentan en la prensa, confundiendo lo bueno con lo nuevo y la realidad con el deseo.

Al Cesar lo que es del Cesar.
No dudo de que muchos neurocientíficios sean magníficos profesionales, excelentes científicos y doctores llenos de buenas intenciones, y que realizan un trabajo importante. Pero creo que no pocas veces cuando hablan de educación se lían y se precipitan cuando lanzan orientaciones prácticas y realizan algunas afirmaciones categóricas (a veces disparatadas y sin ningún apoyo en la evidencia) sobre cómo se debe enseñar en las escuelas. Los expertos en metodología y en educación son (o deberían ser) los profesores, y no los neurocientificos, ni los coach, ni los bioneuroeducadores, ni los expertos en mindfullness, en inteligencia emocional, ni los políticos, ni los oradores estrella,..

El cerebro no se emociona, ni recuerda, ni aprende, somos las personas las que lo hacemos. Claro, es necesario para ello una persona con un cerebro, pero también con unos sentidos, y una biografía y un contexto.

Esto no es negar la importancia y la necesidad de la neurociencia, es tan solo señalar que la educación, el aprendizaje, el comportamiento, las relaciones sociales, el arte, la creatividad,….. y la neurociencia implican niveles de estudio diferentes. No se invalidan por tanto una disciplina a la otra, simplemente están respondiendo a preguntas diferentes y los riesgos aparecen cuando se responde taxativamente desde la neurociencia a preguntas que deberían responder los profesionales de la enseñanza y el aprendizaje.

Que el cerebro humano no haya cambiado en los últimos 15000 años, como dice el Dr Francisco Mora, no quiere decir que no sean totalmente diferentes los niños del paleolítico a los del S.XXI. Posiblemente un neurocientífico al microscopio no sea capaz de distinguir el cerebro de un niño al de otro, ni sus imágenes en funcionamiento o su estructura, pero te aseguro que un buen profesor sí será capaz de diferenciarlos e incluso de adaptar con buen criterio su forma de enseñarles con dos métodos totalmente diferentes a pesar de que el cerebro sea exactamente el mismo.

De Mágico González a Bernini
Un nivel de conocimiento implica saber cómo funciona el cerebro humano, otro nivel diferente saber cómo aprendemos las personas. Se trata de dos conocimiento relacionados, pero requieren análisis y respuestas desde campos verbales distintos. En última instancia, la física, la química y la biología están en la base de cualquier elemento de la naturaleza, de cualquier ser vivo o de cualquier comportamiento, sin embargo no podemos reducir, entender o explicar los cómo y los porqués de la música de Mozart, de los goles de Mágico Gonzalez, o del Rapto de Proserpina de Bernini tan solo en función de la ley de la gravedad, de las moléculas de carbono, del adn o los circuitos neuronales de Mozart, de Mágico González o Bernini.

La neurociencia puede llegar a identificar inequívocamente cuánto tiempo y qué parte del cerebro se activa cuando un niño se emociona o atiende, pero esas imágenes no pueden explicar porqué el niño atiende o se emociona, ni la función o el significado de esa emoción o de un recuerdo para ese niño concreto. Esto requeriría un análisis contextual coherente que tenga en cuenta otras muchas variables y que ayude a darle sentido a esos datos neurológicos. Sin este análisis, leer las imágenes coloreadas del cerebro y derivar conclusiones tajantes para la educación puede ser poco más que leer los posos del café para interpretar la personalidad. Aconsejar, a partir de algunas observaciones realizdas en situaciones controladas, que las clases no deberían extenderse más allá de 10 minutos, no sólo refleja tener un gran desconocimiento de la educación y de lo que ocurre en los salones de clase, sino que además es limitar las tremendas posibilidades de esos niños y sus cerebros. Se puede ser un excelente neurocientífico y un pésimo profesor.

La necesaria paciencia de la ciencia y la medicalización de la educación.
No se trata de un enfrentamiento de una parte de la psicología-educación frente a la neuroeducación, hay reconocidos científicos del cerebro que se toman con mucha más parsimonia esto de sacar conclusiones precipitadas a la vida cotidiana y de hacer interpretaciones de sus hallazgos. Explica bien muchas de estas cosas la neurocientífica Molly Crockett en este TED.

Creo que se está “biologizando” y medicalizando demasiado la educación y el aprendizaje y creo que eso no es bueno. Creo que se trata de un reduccionismo mecanicista demasiado simple que no explica bien la complejidad multicausal del aprendizaje, del desarrollo y el comportamiento humano. Creo que los profes necesitamos una aproximación al tema menos cerebrocéntrica, basada en la evidencia y más humanista.

La salud mental de la UNIA

Por segundo año consecutivo desde el Campus Antonio Machado de Baeza, la Universidad internacional de Andalucía organiza su “Aula de experiencia”, un espacio universitario destinado a ofrecer a los mayores la oportunidad de acceder a la formación continua en diversas áreas (científica, cultural, social y tecnológica) cuando ya han alcanzado el fin de su etapa laboral activa.

Por segundo año consecutivo desde ideas poderosas tenemos el honor de participar en la programación de talleres que se ofrecen dentro de esta formación. Para este curso el tema que hemos elegido ha sido: “La salud mental: entendiendo los problemas psicológicos de la vida cotidiana”. Las fechas de celebración serán el 15, 16, 22 y 23 de Junio en horario de tarde. El coste de la matrícula: 8 euros.
Para más información sobre el taller hacer click aquí.

Algunos porqués 

  • Porque desde nuestra formación y experiencia profesional como psicólogos especialistas en psicología clínica creemos en la necesidad y en la utilidad personal y social de una psicología seria, basada en las evidencias y con un importante compromiso social.
  • Porque creemos que, ante la visión actual predominante de la salud mental excesivamente medicalizada, se necesita difundir una aproximación a los problemas psicológicos desde una perspectiva contextual y biográfica que ayude a entender(nos) y a cuidar(nos) desde los valores y la responsabilidad y sin la necesidad de patologizar nuestra vida cotidiana.
  • Porque, pensamos que la normalidad y la felicidad no son el principal objetivo a perseguir si queremos estar sanos psicológicamente, ni para vivir bien, ni si quiera para ser felices. Reivindicar el derecho a no ser perfectos, “normales” o a no encontrarnos siempre bien y felices es importante para dirigir nuestra vida y comenzar a trabajar sobre nuestro bienestar personal.
  • Porque pensamos que las personas mayores, desde sus grandes triunfos y desde sus derrotas memorables, tienen mucho que aportar y mucho que enseñar en esto de la “salud mental”. La intersección de sus vivencias personales con algunos conocimientos desde la psicología pueden ser de gran utilidad tanto para ellas mismas, como para las personas con las que conviven por el papel que desempeñan como personas consejeras, educadoras, padres y madres o abuelos y abuelas.

¿Qué haremos?
Nuestro taller no pretende ser un tratamiento, ni una clase magistral, es una pequeña y humilde invitación a conversar sobre estos temas, a (re)descubrir (desde el rigor científico, las experiencias vitales y el sentido común) algo más sobre problemas psicológicos como la depresión, la ansiedad, el TDAH,… Es una taza de café a media tarde entre muchas historias y muchas preguntas en el escenario mágico de Baeza.

La salud mental de la UNIA.
Como veremos en nuestro taller, algunas de las claves para una «salud mental» óptima tienen que ver con la flexibilidad, la aceptación de los retos y las situaciones difíciles, el compromiso con valores personales y sociales relevantes, con saber lo que se quiere y con dar un paso adelante y actuar en función de dichos valores y propósitos. Si esto es así, el Campus Antonio Machado de la UNIA en Baeza parece tener una salud de hierro. Enhorabuena por vuestro compromiso con las personas mayores de nuestra provincia y gracias por contar con nosotros.

Fuente de la imagen: stokpic.com

Reivindicar lo cotidiano

[wr_row][wr_column]Cuando las creencias nos alejan de nuestros compromisos y nuestros valores, cuando pasamos más tiempo planificando cómo va a ser nuestro futuro el día que tengamos la motivación suficiente y los planetas se alineen en aquario que remangándonos y poniéndonos manos a la obra, cuando dedicamos el mayor esfuerzo a ejercitar nuestro cerebro con frases autocomplacientes en positivo mientras renunciamos a asumir riesgos y actuar en nuestro ambiente, cuando dedicamos más tiempo a la mente que a la vida…. tal vez algo está fallando.

Entre tantos discursos cultos y glamurosos sobre el poder de la energía positiva, entre tantos relatos de dudosa base empírica sobre las capacidades de nuestro cerebro no exploradas ni aprovechadas por la mayoría de los mortales, entre tanta creencia de un “si quieres puedes” mágico y pervertido, entre tanto quiromante y fingidas ciencias,…me apetece reivindicar con este recorte (2 minutos) del final de uno de los programas “Las noches de Ortega” la necesidad de la evidencia, el contacto con la realidad y la importancia de lo cotidiano. No es la impostura de la felicidad o su búsqueda la condición necesaria para vivir o arrancar cada día. Son las acciones vitales, el contacto real con el aquí y ahora, el compromiso con lo que en cada momento nos toca hacer y comprometernos, los movimientos más importantes -también los más bellos- para, llegado el día de mirar nuestra historia y a pesar de los inevitables momento duros vividos, narrarnos y reconocernos felices.

De lo contrario corremos el riesgo de escribir una biografía con mucho cuento y poca historia.[/wr_column]][wr_text]Cuando las creencias nos alejan de nuestros compromisos y nuestros valores, cuando pasamos más tiempo planificando cómo va a ser nuestro futuro el día que tengamos la motivación suficiente y los planetas se alineen en aquario que remangándonos y poniéndonos manos a la obra, cuando dedicamos el mayor esfuerzo a ejercitar nuestro cerebro con frases autocomplacientes en positivo mientras renunciamos a asumir riesgos y actuar en nuestro ambiente, cuando dedicamos más tiempo a la mente que a la vida…. tal vez algo está fallando.

Entre tantos discursos cultos y glamurosos sobre el poder de la energía positiva, entre tantos relatos de dudosa base empírica sobre las capacidades de nuestro cerebro no exploradas ni aprovechadas por la mayoría de los mortales, entre tanta creencia de un “si quieres puedes” mágico y pervertido, entre tanto quiromante y fingidas ciencias,…me apetece reivindicar con este recorte (2 minutos) del final de uno de los programas “Las noches de Ortega” la necesidad de la evidencia, el contacto con la realidad y la importancia de lo cotidiano. No es la impostura de la felicidad o su búsqueda la condición necesaria para vivir o arrancar cada día. Son las acciones vitales, el contacto real con el aquí y ahora, el compromiso con lo que en cada momento nos toca hacer y comprometernos, los movimientos más importantes -también los más bellos- para, llegado el día de mirar nuestra historia y a pesar de los inevitables momento duros vividos, narrarnos y reconocernos felices.

De lo contrario corremos el riesgo de escribir una biografía con mucho cuento y poca historia.[/wr_text][/wr_column][/wr_row]

Modas y modos de la educación

No es nueva esta película-documental. Han debido de pasar más de dos inviernos desde que la vi, me pareció entonces larga y reincidente, con algunas ideas que creo valiosas pero en absoluto reñidas o incompatibles con muchos aspectos de la docencia tradicional como (me dio la impresión) de alguna manera se intentaba de-mostrar. Es cierto que existen malas prácticas en la dirección y organización de centros o en las formas de trabajar y crear experiencias de los docentes, pero esto no debiera servir de argumentos para poner en duda la funcionalidad y el valor de algunos de los elementos y principios básicos de la educación y el aprendizaje con el que muchos hemos crecido y con los que se siguen educando niños y niñas en todos los países del globo. Eppur si muove…

Nunca sospeché hasta qué punto conceptos como estilos de aprendizaje, inteligencias múltiples o neuroeducación podían ser más cienciología que ciencia, más una religión disfrazada de falsa modernidad que robustos constructos psicológicos aplicados y útiles. Ante tanto relato con tan débil argumento, nunca me parecieron más necesarios mis buenxs maestrxs con toda su carga de cariño pero también de con-pre(n)sión y exigencia. Educar con el miedo del que transporta objetos delicados, con cuidado de no molestar, crecer sin dolor,… Nada tiene que ver la autocomplacencia con la felicidad y nunca la felicidad será un buen objetivo para lograr alumnxs o hijos felices, sino más bien ciudadanos enfermos de sí mismos.

Tal vez llegados a este punto, en el que “pareciera que la ignorancia se nos haya vuelto glamurosa“, sea buen momento para reivindicar el valor de los contenidos, de los conocimientos, del saber de los docentes y hasta de la exigencia de esfuerzo o la posibilidad de los suspensos como derrota memorable y consecuencia imprescindible para el aprendizaje.
Dentro de un escenario de amor incondicional (¡joder, somos sus madres y sus maestros!) quizás necesitemos una educación con más sentido común y con menos miedo.

Niños y jóvenes con diversidad funcional: escapando de la patologización de la vida cotidiana.

Manuel Calvillo y Miguel Angel López “Niños y jóvenes con diversidad funcional: escapando de la patologización de la vida cotidiana” En DAvid Sánchez y Mª Auxiliadora Robles-Bello (coord.) Transformando problemas en oportunidades. Evaluación e intervención psicosocial y educativa en la infancia y adolescencia. Universidad de Jaén. 2013

En este capítulo se pretende reflexionar sobre la discapacidad, la forma en que se suele abordar su estudio desde la psicología y las ciencias de la salud y cómo su manera de entender y de tratar con ella puede estar contribuyendo a mantener unas relaciones de poder y una visión parcial y limitada de las personas con discapacidad, que repercute de manera negativa en la generación de contextos sociales y personales inclusivos y capacitantes. Se llama además la atención sobre la experiencia vital de muchos niños y adolescentes con diversidad funcional que suponen un reto a la visión común y “oficial” de la discapacidad y se hace hincapié en la necesidad de transformar estos desafíos en oportunidades para abordar el estudio de la discapacidad por parte de la psicología desde una perspectiva menos contaminada por la visión trágica de la discapacidad, asociada al modelo médico-rehabilitador, que aún domina en la actualidad en las prácticas administrativas y profesionales.

¿Consultoría o neurología?

No es de extrañar que a través de Paz Fontanera Digital -y curadora imprescindible- llegase a un artículo en el blog Cumclaivis enriquecido con algún comentario de Isabel Enpalabras Iglesias. Son todos ellos lugares comunes que acostumbro visitar y en los que suelo disfrutar y aprender. Me gustó el cuadro que elegía Manel Muntada y la equivalencia que hacía a partir de él para hablar del excesivo cientificismo a la hora de analizar e intentar entender algunas realidades. Comencé a escribir un comentario a su entrada, sin embargo, habiéndose alargado demasiado mis notas, creo más oportuno compartirlas desde este blog. Conclusión: aprender a sintetizar es una de mis asignaturas pendientes.

Es cierto, como Isabel decía en su comentario, que la demasiada luz ciega y provoca nuevas sombras, es cierto que las maneras de aproximarse a la realidad basadas en una supuesta “objetividad”, en relaciones causa-efecto, en la lógica y la razón más aséptica y pura pueden ser en muchas ocasiones un lastre más que una ventaja. No creo sin embargo que “la culpa” de esto lo tenga ese pensamiento mecanicista o el método científico, ni que estas maneras de estudiar la realidad no sean adecuadas o sean contraproducentes en sí. El problema no estaría en esta filosofía ni en su metodología sino, en el (mal) uso que se hace de ellas.

Los beneficios y los avances que han supuesto para la humanidad la aplicación de esos principios en disciplinas como la física, la química o la medicina han sido y siguen siendo tremendos para terminar con enfermedades, exterminar miles de personas con una sola bomba, revolucionar el transporte y las comunicaciones o permitir la aparición de internet y todo lo que ello implica en nuestras vidas. El método científico, que intenta establecer relaciones causa efecto entre variables dependientes-independientes, intentando a la vez mantener controladas todas las posibles variables extrañas, supuso un paso de gigante para el avance de la humanidad y así seguirá siendo.

Los problemas con el exceso de luz y la ceguera que puediera provocar comienzan tal vez cuando se pretenden aplicar estos principios a realidades y campos de estudio que no son susceptibles de poder ser analizados desde esta óptica lineal y mecanicista. Entre éstos se encuentran los casos que de manera tan acertada apunta Manel en su post (comunicación, liderazgo, conocimiento,…) También aparecen incongruencias, problemas y hasta disparates cuando se dan saltos conceptuales y se pasa a utilizar los descubrimientos y avances realizados desde estudios de laboratorio en ambientes totalmente controlados para ofrecer explicaciones unidireccionales, simples y mecánicistas de hechos que están a un nivel de realidad distinto, mucho más mundano, y que requeriría por tanto un análisis más contextual e interactivo y menos mecánico y aséptico.

Creo que con más frecuencia de la deseada ocurre esto en algunas prácticas que se hacen desde la formación, el coaching o la consultoría, debido a la cercanía y puentes que algunos tienden entre éstas y otras disciplinas como la PNL y demás “neurocosas” (neuromárketing, neuroeconomía, neuroliderazgo, neuroeducación, neurocoaching ¿?,…).

Volvemos a la idea que de alguna manera ya señalaba Manel en su post y con la que estoy de acuerdo, creo que los consultores, formadores, entrenadores,… deberíamos de tener una forma de mirar centrada en la persona en su contexto, lo que supondría independizarse de ese afán en exceso cientificista. Esto implicaría tomar conciencia de la seriedad y complejidad de nuestro campo de trabajo como marco relacional complejo, lo que tal vez evitaría la venta de humo y de soluciones fáciles y rápidas apoyadas en no se sabe qué suerte de estudios científicos.

No se trata aquí de quitar importancia a los avances en disciplinas como la neurología ni a las personas que trabajan desde sus laboratorios, y menos aún a la utilidad del método científico, lo que se pretende decir es que sería mejor situar cada disciplina al nivel de realidad que le corresponde y por tanto con un objetivo y objetividad propia, un lenguaje diferente y con una manera de actuar, de mirar y de relatar distinta.

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Autoconocimiento, ¿el paraíso perdido?

“No hay objetivo más “fácil” que aquel que depende de uno mismo así que en este mundo de interdependencias el más asequible es la propia actitud.” Con esta frase comenzaba Isabel su nuevo post. Mi primer impulso tras leerlo fue asentir y estar de acuerdo con ella, me gustó la manera en que estaba escrito y quedé encantado y más dispuesto aún a seguir leyendo. Pasados unos días volvía a leer el post y los estupendos comentarios de Manel, Goio Borge y Ernesto y las respuestas que a éstos daba Isabel, entonces la lectura primera se fue llenando de matices…

Sin dejar de reconocer, como se deja ver en algunos comentarios, que la capacidad de contactar con uno mismo sea un elemento clave para el manejo del estrés o de otros problemas del catálogo o incluso para el buen hacer profesional de consultores, educadores, políticos,… también creo que, como los calcetines, podemos proteger nuestros pasos si les damos la vuelta y utilizamos el otro lado. Es decir muchos problemas relacionados con el estrés, el estado de ánimo, el sentir(se) atascado a nivel personal o en cualquier proyecto profesional puede venir por una falta de enfoque, por estar demasiado pegados a nosotros mismos, fusionados a nuestros pensamientos y emociones, por una jodida hiperreflexividad, por un exceso de autoconciencia.

En este sentido y en esos momentos de confusión, de estrés, frustración, de proyectos que no salen,… no siempre es conveniente aislarnos para contactar con uno mismo como solución. El paraíso perdido no habremos de encontrarlo justamente en nuestro interior y la solución a nuestros males no siempre pasa por mayores niveles de autorreflexión y autodescubrimiento.
La capacidad de tomarse el ser humano a sí mismo como un objeto y la buena fama y divulgación de la que gozan las explicaciones simplistas del comportamiento humano con las que tan frecuentemente se atreven periodistas, alquimistas, neurocharlatanes, la psicología positiva o punsetianos de pro, ayuda y alimenta esa quimera del yo como paraíso interior, como objeto en sí mismo aislado del ruido exterior, piedra de toque y barita mágica en la que se han de encontrar las soluciones.

No es nuevo por otra parte el enfoque que subyace a esta manera de ver y por tanto de vivir las cosas, se trata de la vieja dualidad dentro/fuera, que separa lo noble de lo mundano, el platónico mundo sensible / mundo de las ideas, el yo de la sociedad. Creo sin embargo que es más acertado un enfoque contextualista para observar(se) y desde el que trabajar con nuestras empresas, nuestros pacientes, nuestros proyectos o con nosotros mismos.
Desde este enfoque contextual el organismo, la conducta, la conciencia y la cultura están entrelazados en un campo de interacciones mutuas en el que quedan difuminados los límites claros del yo con el resto del mundo; lo que en cierta manera nos dejaría sin muchas de nuestras excusas ante nuestra manera de comportarnos, de ser o de sentir(nos) y nos devuelve el (insoportable a veces) poder de nuestra propia responsabilidad ante lo que somos, lo que hacemos y lo que sentimos. Y dejar así de confundir causas con razones y de tirar balones fuera.

Para poder trabajar desde este modelo tenemos que abrazar una necesaria (auto)infidelidad, tomar distancia de nosotros mismos para poder encontrarle sentido a las cosas (incluso a nuestras cosas), para poder leer(nos), analizar(nos), querer(nos) bien. El excesivo apego, la fusión excesiva con nuestros propios recuerdos, pensamientos, emociones, fe, principios,… en definitiva esa hiperreflexividad o exceso de autoconciencia no nos permite contemplar(nos) de manera que veamos con mayor claridad.
Sólo en este cuadro completo tendrá sentido nuestro retiro, lo que somos o lo que queremos. Si me permitís el símil, es como tratar de ver un cuadro puntillista, cuanto más cerca del lienzo te encuentres más perdido y confuso estarás, es imprescindible dar un paso atrás y tomar distancia primero si queremos después entender y admirar la obra que tenemos delante

Necesitamos el contexto, el contacto real con las contigencias directas, exponernos a la realidad, escuchar, pensar con las manos y con las emociones (aunque a veces éstas sean incómodas). Tenemos que hacer, trabajar mucho, una y otra vez y volver a intentarlo. Y de vez en cuando dar un paso atrás, pero no sólo para alejarnos de ese “paquete de contacto” que tenemos con el mundo, sino también de nosotros mismos.

Así es más fácil encontrarse, cuando después de haber(se) trabajado mucho uno se despista y se abandona de sí para ocuparse de lleno de lo imnediato y pasa del modo verbal al modo artesano, a ser más sensorial, más intuitivo, más manual. Así surgen los momentos eureka, el principio de Arquímedes, la penicilina, la ley de la gravedad, la pieza del puzzle que no encontrabas, la idea que te faltaba para solucionar un problema o para desatascar un proyecto al que llevabas semanas dando vueltas.

Y en eso estamos.

 


 

Notas:
1. Enpalabras no es un blog, es una partitura donde Isabel compone buena música. Yo disfruto de sus composiciones de dos maneras: me gusta oírlas sin atender mucho a su significado; el ritmo, las palabras elegidas y su manera de construir las frases hacen que tengan muchas de sus entradas una sonoridad cercana a la poesía. Ya después me gusta entrar de lleno a escuchar sus letras, a pensarlas, a conectar ideas, a disfrutar y darle vueltas a su contenido, que no pocas veces me ofrece otras perspectivas y muchas preguntas.

2. Las raices de la psicopatología moderna (Ed. Pirámide, 2012) es un libro interesante del profesor Marino Pérez Álvarez sobre los efectos que la hiperreflexividad o los excesos de autoconciencia tienen en los estados psicológicos personales. También se pueden encontrar interesantes comentarios sobre el tema en esta entrevista con su autor.

3. La imagen que encabeza este post es el cuadro ‘Un dimanche après-midi à l’Île de la Grande Jatte’, una obra del maestro del puntillismo Georges Pierre Seurat