Vivimos en la era de lo emocional: la inteligencia emocional, el liderazgo emocional, la educación emocional y hasta la economía emocional. Elige una disciplina, ponle el apellido emocional y empieza a divagar.
Lo emocional está de moda y supone una (r)evolución respecto a lo intelectual, lo cognitivo o lo racional que ha estado en el punto de mira de las ciencias durante mucho tiempo.
Una mirada emocional del individuo que supone un importante avance al destacar una dimensión demasiado olvidada de la persona. Aún así, esta mirada emocional, siendo positiva, puede acarrear ciertos riesgos:
Reducir la visión de la persona a sólo dos dimensiones (pensamiento –– emoción) olvidando otras dimensiones que conforman su biografía.
Centrar la atención en las emociones positivas ignorando la función de las emociones negativas.
Citas de famosos, títulos de libros, titulares de prensa, reflexiones grandilocuentes de ‘gurús de la vida’ y psicólogos de palabra fácil, entre otros, nos exhortan a vivir sin miedo, a no preocuparnos, a aprender a vivir sin sufrimiento, todo con tal de superar el dolor, el miedo, la ira o la tristeza.
Vivimos en el tiempo de las emociones, ¿pero de todas las emociones? De tanto afirmar “don’t worry, be happy”, es posible que nos estemos olvidando de las emociones negativas, de esas emociones que nos hacen sufrir y que parece que muy pocos se ocupan de entender; de esas emociones negativas que tienen su función, que sirven para algo y que están ahí para ayudarnos.
¿Para qué sirve el miedo?: nos avisa de un peligro (real o imaginario). ¿Qué hacemos?: dirigimos toda la atención al peligro (bloqueo mental y/o anclaje cognitivo) y procuramos evitar o escapar de la situación. Pura supervivencia.
¿Para qué sirve la tristeza?: nos avisa de una pérdida (objetiva o subjetiva). ¿Qué hacemos?: desplegamos una intensa actividad mental (no paramos de darle vueltas a la cabeza) y reducimos la actividad conductual (no hacemos nada). Necesitamos comprender el significado de la pérdida y no nos ponemos en marcha hasta conseguir adaptarnos a esta situación.
¿Para qué sirve la ira, el enfado, el enojo?: nos avisa de que alguien está superando los límites y se intenta aprovechar de nosotros. ¿Qué hacemos?: desplegamos una intensa actividad mental y ponemos en marcha una serie de conductas de defensa y/o ataque. Necesitamos pensar cómo “parar los pies” a quien ha sobrepasado la línea y dejarle claro dónde está el límite.
Parece entonces que las emociones negativas son útiles, tienen una función. Otra cosa es que si perdemos el control sobre ellas se conviertan en patológicas: que la tristeza se convierta en depresión, que el miedo se convierta en un trastorno de ansiedad o que el enfado se convierta en una pérdida del control de nuestro comportamiento traduciéndose en violencia o maltrato; pero ese ya es otro tema.
Si tienes miedo, atiende a tu miedo, protégete y actúa (con o sin miedo), pero actúa.
Si estás enfadado, atiende a tu ira, enfádate, pero construyendo no destruyendo.
Si estas triste, atiende a tu pena, acostúmbrate a la pérdida pero no pierdas más cosas, recupera el valor de lo perdido encontrándolo en otro sitio.
Si de verdad crees que la dimensión emocional de la persona es importante – yo lo creo – desarróllala, pero no evites ni niegues una parte de las emociones. Es lógico que no quieras sufrir, pero es inútil e incluso contraproducente, no escuchar a tu sufrimiento, éste te dice en cada momento qué tienes que hacer. Ésa es su función.