Hablando en público: atajos a ninguna parte

No nos engañemos. No es verdad que exista el orador perfecto, el presentador ideal o un estilo de hablar en público excelente. Tal vez ni el mismo Steve Jobs habría conseguido inspirar a los miembros de la junta directiva de la almazara del pueblo de aquí al lado.

Esa es al menos mi experiencia después de más de 10 años trabajando con grupos de estudiantes y profesionales que quieren prepararse para ser docentes o para realizar ponencias o presentaciones delante de todo tipo de audiencias (jóvenes, padres, clientes, emprendedores, profesionales de la salud, de las ventas, equipos directivos, etc.). La gran mayoría de ellos llegan buscando parecerse a algún docente que alguna vez tuvieron y les impactó o a cualquier otro modelo de orador ideal, y piensan que para lograrlo deben comenzar por negarse a ellos mismos y a su propia historia, tratando de huir de sus habilidades y de sus emociones, de su cuerpo, de su voz, de su forma natural de mirar, de escuchar, o de moverse. Es como si gran parte de lo que son y su propia biografía de aprendizaje les resultara un inconveniente para hablar en público.

No es extraño que esto sea así si tenemos en cuenta la cantidad de libros de autoayuda, manuales o cursos que venden la idea de que aprender a hablar en público es una habilidad en la que las emociones como el miedo o la ansiedad hay que eliminarlas o controlarlas, y que basta con mezclar los ingredientes correctos, previamente definidos según el modelo ideal, para llegar a dominar esta competencia.

Sin embargo, este tipo de libros y de cursos, tal y como aparentemente están planteados la mayoría de ellos, en no pocas ocasiones pudieran ser más contraproducentes que beneficiosos. Puede ocurrir que termines el taller y vuelvas a casa con una gran cantidad de instrucciones acerca de cómo debes moverte y gesticular, qué hacer con las manos, la manera correcta de mirar, la velocidad del habla o la entonación más adecuada. Todo esto, tan alejado de tí mismo, de la forma natural de ser tú que, en el mejor de los casos, gracias a estos cursos, puedes llegar a ser un orador autómata correcto, sin tus viejas imperfecciones pero también sin tu huella personal, sin voz propia.

Pero el enfoque debiera ser otro, el objetivo de estos talleres no debería ser formar oradores perfectos según marcan los manuales o los expertos de “última generación”. La clave debiera estar en aprender a expresar las ideas con claridad para inspirar y construir emociones y vínculos de confianza y credibilidad con las personas que escuchan. Y para conseguir esto no existe un único modelo. Recuerdo ahora algunas charlas TED y ciertas exposiciones memorables de alumnos y de participantes en nuestros talleres que realmente han conseguido conectar conmigo e inspirarme, y entre ellos he visto de todo. Mientras unos utilizaban gran parte del escenario en su charla, otros no salían de su atril; mientras unos casi no gesticulaban, otros movían las manos con gran intensidad; mientras algunos leían su discurso, otros no tenía ningún tipo de ayuda escrita; unos parecían muy extrovertidos y seguros mientras que otros parecían ser más humildes y tímidos. Entonces, ante tantas diferencias, qué es lo que hace que todos consigan captar nuestro interés y ‘engancharnos’ ¿cómo lo hacen? Yo creo que hay tres aspectos que todos ellos comparten:

Coherencia, cada actuación es una unidad coherente en sí; su discurso, su voz, su mensaje, su forma de mirar, su timidez o su extroversión tienen sentido en su conjunto, se fortalecen entre sí y hacen más poderoso el mensaje o el propósito de la presentación.
Autenticidad, todos parecen trabajar desde la verdad; es como si eso que dejan ver fuera realmente ellos mismos, que su voz, su mirada, sus gestos o sus palabras son suyas, sin sobreactuaciones y sin la perfección fría de un autómata.
Pasión por lo que están contando. Aunque esa misma exposición la hayan hecho con anterioridad en tres o en siete ocasiones, cada actuación resulta tan fresca, tan apasionada y tan espontánea como si fuese la primera vez.

Coherencia, autenticidad y pasión, lo demás es superfluo.

Y es que hablar en público es un play que tiene que ver con conectar con los demás y para conectar con otros tenemos que dejarnos mirar, por eso nos preparan un lugar privilegiado y especial a la vista y al alcance de todos. Una vez allí hay que dejarse ver y trabajar desde la verdad, dejando a un lado lo que queremos ser para ser quienes realmente somos. Y en todo este juego, las cartas de la vulnerabilidad, del miedo o la vergüenza juegan un papel a veces tan incómodo como necesario e inexcusable.
Por todo ello no acaba de gustarme el enfoque mecánico y mercantilista que frecuentemente se le da a algunos temas relacionados con el entrenamiento y el desarrollo profesional y personal. Un todo a 100. Un tú pagas y yo te doy la solución fácil y rápida que necesitas y que yo conozco y domino.

Creo que los docentes, formadores o entrenadores debemos ser más cabales y reconocer que en esto del desarrollo personal/profesional no existen las fórmulas mágicas, que lo fácil y rápido no es más que una estrategia de marketing en forma de quimera que vende muy bien en un mundo que vive demasiado deprisa; que el descubrimiento de la lentitud es imprescindible para el aprendizaje y que los grandes avances se consiguen a golpe de incertidumbre y de corazonadas lentas.

Porque hablar en público tiene mucho más de pasión que de instrucción, mucho más de orgánico que de mecánico, es más un trabajo de artesanos que de cadenas de montaje y por eso necesitamos la autenticidad como punto de partida.

Cuando el proceso de aprendizaje a hablar en público te acerca a un supuesto ideal pero te aleja de tí mismo, de tus cualidades, de tus emociones y de tus valores, todo suele quedar en una experiencia interesante, pero pronto mucho de lo vivido se olvidará y se quedará fuera de tu trabajo porque no encaja con quien eres ni con tu vida cotidiana. ¿Por qué quieres parecerte a un orador de Silicon Valley si tu tarea consiste en trabajar con un grupo de empresarias, de mujeres o de estudiantes de una capital de provincias?. ¡¡¡Ay, otra vez el contexto!!!.

No estoy diciendo que no sea útil aprender y ensayar mejores formas de comunicarte, de construir ideas y conectar a tu audiencia con ellas. No hay nada de malo en querer cambiar y desarrollar nuevas habilidades. Todo lo contrario. Sin embargo tener que ser un orador perfecto al estilo de Sir Ken Robinson o Brené Brown negando lo que somos puede ser una tiranía. Demasiada presión para avanzar, una trampa y una paradoja que intentando escapar de tu biografía te lleva a la peor versión de tí mismo.

Por todos estos motivos, desde Ideas Poderosas no tenemos reglas fijas o un modelo ideal a seguir y preferimos partir desde ideas más que desde reglas o mensajes. En Ideas Poderosas nos gusta comenzar por escuchar, por conocer de cerca a nuestros participantes, los contextos reales en los que se desenvuelven, sus para qué y sus porqués a la hora de hacer este taller. En Ideas Poderosas preferimos trabajar desde lo que son, mirando tanto a la función como a la morfología de la conductas relacionadas con la competencia de hablar en público que tratamos de ir construyendo con ellos. Intentamos ayudar a que cada participante encuentre su estilo personal, que se reconozca en el reto, en la incertidumbre y en la ansiedad que puede provocarle hablar en público, que encuentren su propia voz, y ayudarles a que disfruten del proceso.

En Ideas Poderosas creemos que trabajar a partir del reconocimiento y la aceptación de lo que cada uno es y comprometerse desde el entorno y los valores propios para avanzar y llegar tan lejos como se quiera, se pueda, y el escenario permita, es el mejor punto de partida posible para cualquier proceso de desarrollo personal-profesional. El resto son atajos a ninguna parte.

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