Contaba el diario Clarín esta misma semana que ‘una empleada del museo italiano Bozen-Bolzano, llegó por la mañana al museo y vio lo que le pareció un desorden: botellas de champagne vacías, papel picado, guirnaldas, colillas de cigarrillos, en fin, todo lo que queda después de un final de fiesta. Convencida, barrió todos los objetos, poniéndolos en bolsas de basura que clasificó de manera ecológica. Lo que nunca sospechó la señora fue que no se trataba (¡para nada!) de basura sino ¡de una obra de arte! Era ni más ni menos que Dónde podríamos ir a bailar esta noche de las artistas Sara Goldschmied y Eleonora Chiari’.
Parece ser que esta falta de cultura y sensibilidad artística no es algo exclusivo de los profesionales de la limpieza de museos de países mediterráneos, también ha ocurrido en la Tate Britain y otros museos alrededor del mundo.
Tal vez no habría ocurrido lo mismo si la obra abandonada a su merced en mitad de la sala de exposiciones hubiera sido ‘El rapto de Proserpina’.
El metafórico poder de las palabras hace posible que términos como arte o artistas sirvan apara referirnos a cosas tan diferentes. Después vienen individuos como Bernini con su mármol y sus cosas a poner todo en su sitio y a liarnos con el uso que hacemos del lenguaje…